9 de junio de 2012

Après l'amour.


Rozo su garganta con los dedos. Siento la piel palpitante, oscilando entre sutiles escaladas y caídas con el viaje de la sangre. Deseo sentirlo para siempre. Deseo que el momento no acabe.
Pero no me da tiempo a terminar mis conjuros. Abro los ojos bajo la lluvia, como si me hubieran abandonado ahí al azar, tragando bocanadas de humedad fría a dos palmos de mi puerta, y entonces soy consciente de la realidad, de que los momentos en los que prometí quedarme, me han traicionado y se han extinguido.
Me siento como si hubiera despertado de un largo letargo inducido por alguna droga aniquilante. Y también siento frío: la lluvia sigue empapándome con un estúpido intento por hacerme reaccionar. Pero no puedo.
Quisiera volver adonde estuve momentos atrás, en los que estaba segura de conocer la felicidad. La felicidad que lleva su nombre; la única que existe para mí ya.
Y así me quedo, enmimismada, como si fuera de mármol.
 
Después del amor siempre me queda una resaca más dolorosa que la que pudiera engendrar una noche de tequila y vino. Sólo quedan fantasmas, de sus abrazos que ya no me rodean, de sus besos que ya no me callan, de sus ojos que ya ni me miran ni me absorben. Sólo queda ausencia y la cama es demasiado grande. Tanto que se me olvida dormir y soñar.
Después del amor sólo queda melancolía, ganas de volver y no regresar. De parar el tiempo y que no queden horas ni noches en vela.
Después del amor, marchita temporalmente todo lo que había florecido.
Después del amor, sólo me queda el recuerdo.

1 comentario:

  1. "Después del amor, marchita lo que había florecido"...
    Cómo me metes de lleno con esas pocas líneas, en la lucha por retener lo único precioso que se posee: lo que nos eleva, nos distancia de la salsa lodosa indistinta de los días.
    Es decir, la lucha por preservar, -como quien lleva en el bolsillo una piedra preciosa que puede mirar, acariciar a placer y a voluntad-, la vida plena que sentimos al hacer ciertas cosas, al vivir junto a otro y sentir que su vida es nuestra y nos hace florecer, nos fecunda en forma de risa, de ilusión, de cosas vividas intensamente, expresamente vivencias conjuradas para dos.
    Hacer permanente todo eso tras la despedida: la eterna batalla de la escritura en un libro de arena. Al final todo es presente y la aspiración de permanencia sólo puede librar su desafío frente a la nada aspirando al reencuentro, donde cobren vida de nuevo, -vida completa-, las gargantas, las palpitaciones e impulsos de la sangre, los abrazos, los besos navegantes, los ojos entregados, la cama florecida, la felicidad desperezándose y abriendo sus alas nuevamente para la dulce acogida de los que nos amamos, necesitamos.
    Besazos, niñota.

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